sábado, 24 de enero de 2009

::: Mis dos hermanos :::

Quizás haya sido el destino el que nos ha unido. Quizás solamente el haber utilizado para existir el mismo cálido y confortable útero. O quizás sólo haya sido el amor transmitido por nuestros padres durante nuestra crianza, pero al cabo de cuatro décadas mal contadas de convivencia puedo decir que son una parte importante de mi vida, y que son los dos únicos hombres, junto a nuestro padre, claro, a los que amo y con los que comparto la existencia que nos ha tocado vivir.
El uno es grande en cuerpo y grande en corazón, amante de los suyos, y los suyos, creedme, somos muchos, familiares y amigos, compañeros y vecinos. Organizador nato, nos enreda continuamente en comidas, celebraciones, viajes o simplemente “estar juntos porque sí”, queriendo, con su inagotable ímpetu, abarcarlo todo y estar con todos. Es Luismi.
Y el otro, Ángel, “Chiqui”, como ambos le llamamos por ser el más pequeño, claro, es un apasionado de nuestra ciudad y todas sus costumbres, que vive intensamente junto a sus amigos, unas veces, y junto su mujer e hijos, otras, niños a los que les inculca aquellas pasiones de sevillanía que siempre ha disfrutado.
Los tres nos hemos hecho hombres a la vez, formando nuestras familias simultáneamente, creando junto a nuestros padres y mujeres un gran grupo, catorce somos, con los que casi a diario convivimos sin poder imaginar hacerlo de otra forma.
Espero que el transcurrir de los años nos dé oportunidad de disfrutar de nuevas vivencias y ocasiones y de ver a nuestros hijos seguir nuestro ejemplo de unión.

sábado, 17 de enero de 2009

::: Un paseo por la Bética Romana :::


Abrigado más que nunca –cosas de la edad- y dejando a los pies libertad absoluta para llevarme adonde quisieran, siempre que fuera en la Sevilla intramuros, claro, paseé el otro día, muy de mañana, por el entorno de la catedral.
Cosas del frío, debió ser, o de la hora, que era muy temprano, el caso es que hubo un momento que me hallé completamente sólo en medio de la calle, pudiendo contemplar, como si de un regalo que la vieja Sevilla me hacía, una desierta y casi mágica Plaza del Triunfo. Extasiado me detuve pudiendo disfrutar de su espigado y blanco monumento a la Inmaculada a un lado, del edificio del Archivo de Indias, antes Casa-Lonja, al otro, y en el centro, dominándola desde el fondo, la fachada mora de los Reales Alcázares, el antiguo Dar al-'Imara de los almohades y la esplendorosa Puerta del León, mezcla sublime de los estilos árabe y cristiano.
Fue solamente un instante, pero fue suficiente para poderme recrear con el intenso azul purísima del cielo que nos cubría, que liberado de nubes aquella mañana, dejó asomar por encima del murallón musulmán, en mágico instante, los rayos del débil y casi pudoroso sol de enero, que bañaron mi cara casi pidiendo perdón, aunque queriendo combatir, eso sí, el intenso frío que hacía, que me castigaba con crueldad ante la osadía cometida al detenerme allí en medio profanando con mi presencia la íntima amanecida.
Sobreponiéndome a aquellos instantes de plácida contemplación me introduje en el Barrio de Santa Cruz, vacío de visitantes a esas intempestivas horas… y hermoso precisamente por eso, llegando a la Plaza de la Alianza cuando ya sacaban los veladores a la terraza del Café del mismo nombre, donde al poco servirían cafetitos y cruasanes a los privilegiados turistas que quisieran desayunar contemplando la Giralda sobresaliendo por encima del viejo caserío.
Pero yo llegué más lejos, arribando por quebradas y estrechas callejuelas al antiguo caserón del hospital-asilo de Venerables Sacerdotes, fundado por Justino de Neve allá por el año de nuestro Señor de 1675 y adquirido por la Fundación Focus-Abengoa a finales del siglo pasado. Aquel día albergaba entre sus añejos muros la exposición titulada El rescate de la Bética Romana.
Y sin pensármelo mucho entré, zambulléndome al momento entre estatuas de emperadores, frisos conmemorativos de batallas náuticas, cabezas de patricios, monedas de oro y plata, ajuares funerarios, capiteles de derruidos templos e inclusos retratos de los mecenas del siglo XIX que favorecieron con sus fortunas el rescate de aquellos trozos del pasado.
Pero sobre todo me detuve ante el colosal mármol de la Venus de Itálica, recreándome en su sensual torso y sus esbeltos muslos, queriendo imaginar qué rostro podría tener aquella materialización de la diosa del amor romana y dónde se hallaría éste. Y desde luego ante el Efebo de Antequera, bronce que representa a un joven cuerpo varonil perfecto en sus proporciones y seguramente estímulo lujurioso para sus antiguos dueños… o dueñas.
Satisfecho salí de nuevo a la calle desandando mi camino pero colmado de una mañana de sosegada quietud que había hecho más hermoso si cabe este frío mes de enero que nuestro invierno sevillano nos estaba regalando.

sábado, 10 de enero de 2009

::: El olvido :::

Planeando muy lentamente sobrevoló sobre su consciencia sonriendo con maldad. Era su tiempo. Y aunque el rechazo era siempre lo que encontraba aprovechó un instante de fragilidad, un solo momento de flaqueza y se apoderó de ella con saña y arrogancia. Su cerebro se había roto. Sólo en un pequeño punto… pero fue suficiente.

Y allí campeó henchido, poderoso, apabullando con su manto de negrura y fanatismo los recuerdos, las evocaciones, la lucidez y la razón, acarreando la perdida de todas las sinapsis que la hacían sentirse a sí misma y sentirnos a los demás… llevándola a la confusión, a la agitación y a la indiferencia.

Sin embargo la creación nos dotó con la capacidad de la regeneración, no concedió el don del restablecimiento… y pasaron las horas, los días, y el cariño, el cuidado y los mimos de sus hijas fueron arropando ese pequeño hálito de lucidez que nunca la abandonó devolviéndonosla poco a poco, procurando que el olvido, muy lentamente, fuera siendo vencido, hasta ser capaz de evocar, de reconstruir, de que su cognición apareciera a pesar de ese punto quebrado que cada vez era menor, hasta volver, hasta ser otra vez ella, la madre de mi mujer, la abuela de mis hijos, que de nuevo sonríe … gracias a Dios.