martes, 29 de abril de 2008

::: La fábula del oso y la potrilla ( y III ) :::

El gran oso pardo llegó a su bosque ofuscado y confuso. Había trotado con rabia durante varias horas, así que agotado moderó el paso y se dirigió a su guarida, una hondonada rodeada de grandes y viejos robles.
Allí tumbado se fue sosegando, sintiendo que su querida potrilla tardaría tiempo en cambiar de vida, en buscar otra forma de amar... y se entristeció. Entonces comenzó a llover, cayendo sobre el bosque una continua y fina lluvia primaveral que lo fue reconfortando. Y levantando la cabeza hacia el negro cielo suspiró profundamente, dejándose mojar la cara por las cientos de minúsculas gotitas de lluvia.
No te aflijas, amigo. Has hecho bien. Ningún ser vivo debe ser humillado ni azotado. No es natural. Necesitáis ternura, cariño y no violencia— escuchó decir entre la cellisca.
La lluvia experta y antigua había conocido su historia con la potrilla y aconsejaba con noble intención al oso pardo, usando su buen criterio fruto de la experiencia. Éste agachó la cabeza consolado por sus palabras.
No comprendo que se pueda amar a alguien humillándolo, o dejar que te humillen por amor— retumbó entonces entre la arboleda. Era la potente voz del búho real. Experto en observar había visto en su longeva vida diferentes formas de amar… y también quiso ayudar al oso aportando su opinión.
Es muy curiosa la forma de amar de cada uno, en realidad no somos nadie para juzgar cómo es mejor o peor. Sin embargo sí que podemos decir que en general la opinión del amor es dar, y recibir amor a cambio.
Esta vez era la voz de un viejo ratoncito de campo que desde una pequeña roca estiraba el cuello y miraba al confundido oso, intentando él también transmitirle lo que pensaba de aquella historia.
Por último, una negrísima urraca graznó entre las ramas: —¡El maltrato no es ninguna forma de amar!
Al final se hizo el silencio, y entre la dulce lluvia de primavera se fue quedando dormido. Y su mente divagó y divagó, y supo que no sería buena idea lanzarle a la cara estas diferentes opiniones. Los jóvenes que están convencidos de lo que hacen se reafirman en ello ante los consejos contrarios de los demás, porque sólo la experiencia les hará recapacitar. Es así. Y es bueno que sepan defender sus opciones, decisiones y modos de vida con ahínco y fervor. Aunque también sería bueno que comprendieran que cuando alguien observa situaciones que le parecen equivocadas se lo hagan saber, sobre todo si aprecian o quieren a ese joven…
Y supo que la potrilla seguiría su camino convencida de estar actuando bien, incluso orgullosa de hacerlo así… pero si algún día cambiaba de parecer se daría cuenta que desde este bosque, los “expertos” le lanzaron sus opiniones porque la amaban. Como él.
FIN

sábado, 26 de abril de 2008

::: La fábula del oso y la potrilla ( II ) :::

El oso pardo disfrutaba de la primavera de su bosque cazando, jugando con los oseznos de su compañera y paseando por su territorio... pero no olvidaba a la potrilla que encontrara en el bosque del arroyo.
Respetaba sus decisiones... pero se sentía furioso al pensar que su amo le causara dolor. Así que decidió ir una noche a ese bosque cercano y comprobar que se hallara bien.
Caminó con dificultad al no estar acostumbrado a moverse en la oscuridad, pero halló el riachuelo donde la encontró. Después buscó la loma desde donde ella se despidió y la subió. Y a lo lejos vio la granja.
Como si se tratara de acechar a una presa se acercó sigiloso, despacito, hasta llegar a lo que le pareció el establo, donde encontró una pequeña ventana. E irguiendo sus poderosas patas delanteras se asomó.
El oso pardo pudo observar cómo el amo azotaba a la potrilla ante sus narices. Eso fue el colmo. Con furia rodeó la cuadra buscando la entrada. ¡Destrozaría a aquel humano cruel! Y con fuerza derribó la puerta, entrando como un huracán en las cuadras de la granja. Pero se detuvo al contemplar la cara de la yegua. Su mirada reflejaba amor, y no parecía sufrir. Al contrario, parecía feliz. Entonces, se serenó, la miró con cariño... y dio media vuelta. Y corrió, corrió aullando de rabia. Había intentado comprenderla, no juzgarla. Había respetado su decisión sin devorar al amo... pero no volvería a aquel bosque nunca más.

viernes, 25 de abril de 2008

::: La brevedad de la belleza :::

La belleza es fugaz, efímera, suficiente para poder ser disfrutada pero transitoria y breve para que sea capaz de causarnos impacto sin colmarnos. Es una pena pero debe ser así. Por eso, cuando la perdemos, caemos en la aflicción, en el desconsuelo, como el niño de esta vieja y triste canción que ha vuelto a mi memoria desde los tiempos de la adolescencia, escrita por el argentino Leonardo Favio y titulada "El Niño y el Canario":

"Era el canario un primor y era su dueño un pequeño que velaba con empeño los cuidados del cantor. Era un preciso ejemplar de color adamascado, era un preso resignado a la misión de cantar.

Era sensible escuchar de su garganta sonora la nota grave que llora en un constante sonar. Daba entender su trinar que de una angustia sufría, porque falto de alegría era su flauta un penar.

Un cierto día su dueño, el candoroso pequeño que se solía extasiar al contemplar los fulgores de tan divinos colores y tan precioso cantar, elevó al cielo su queja, porque prendido en la reja de su pequeña prisión, en lenta y triste agonía, su fiel canario moría, sin comprender la razón.

Preso de un hondo quebranto subió a sus ojos el llanto, y con infante emoción sacó de la jaula al preso, posó de su boca un beso sobre su rosado plumón, y en su mano temblorosa, quedó dormida una rosa, que tenía un corazón.

La cajita de madera, la misma que contuviera, la misma que contuviera lapicitos de color, fue la morada postrera de aquel que en su vida fuera, de aquel que en su vida fuera su más preciado valor. Y en el jardín de su casa, a distancia muy escasa, a distancia muy escasa de un legendario nogal, lloró la pobre criatura, al cavar la sepultura de su cantor sin igual."


Por eso, amigos, gocemos con el trinar de la vida día a día, canto a canto, para que cuando ya no sea posible podamos decir: ¡Lo disfruté!

miércoles, 23 de abril de 2008

::: ¡Feliz día del libro! :::

Alguien a solas inventa
un mundo con palabras.
Una editorial las convierte en libro.
Y alguien, también a solas, lo lee.
Carlos Colón

lunes, 21 de abril de 2008

::: ¡Gracias! :::

Gracias por despertarte cada mañana junto a mí desde hace casi quince años. Por pasear cogida de mi mano tantas veces, incluso aunque lloviese... o mejor si llovía. Gracias por soportar mis enfados, mis desánimos y también mis alegrías. Gracias por darme dos maravillosos hijos. Gracias por estar siempre en casa, convirtiéndola en nuestro hogar con tu presencia. Gracias por tantas noches de amor y placer... y días. Gracias por tus conversaciones y silencios, por tus sonrisas, por tu mirada azul, por tus caricias, besos y abrazos. Gracias, en fin, por haber decidido acompañarme en esta fantástica aventura de la vida. Gracias... gracias... gracias.

viernes, 18 de abril de 2008

:::La Puerta del Céfiro ( y II ):::

Debería llevar durmiendo un buen rato cuando desperté estremecido por un penetrante y húmedo frío. Con esfuerzo recordé dónde me hallaba, mirando a mí alrededor algo desorientado al encontrarme rodeado de una intensa neblina que sólo me permitía ver el río, casi hasta la otra orilla, pero no a mi alrededor. Mis amigos dormían, así que esperé a ver si levantaba la inesperada bruma sentado en la proa, intentando oír los ruidos de la corriente.
Y no me creeréis cuando os diga que bruscamente escuché crujir los maderámenes de un extraño barco, que en poco tiempo se dejó ver ante mí. Subía el río tripulado por insólitos marineros que usaban largas barbas y vestían túnicas abrochadas al hombro. Uno de ellos, el que parecía dirigirlos, me miró sin extrañeza, incluso sonrió levemente. Entonces supe que se trataba de Kolaios, el navegante de la isla griega de Samos que empujado por una tormenta arribó al estuario del Guadalquivir en el año 630 antes de Cristo.
Asustado intenté despertar a mis amigos, aunque ninguno abandonó su letargo. Así que volví a la proa al tiempo de ver cómo Kolaios me saludaba alzando la mano derecha. Probablemente ignoraba en esos momentos que sería el primer griego en visitar Tartessos, el país que encontraría río arriba y que lo haría famoso a su vuelta a la Hélade.
Tras unos raros momentos en los que quise razonar lo que estaba ocurriendo volví a oír ruidos en el cauce, esta vez de remos bogando con fuerza. Se trataba del trirreme cartaginés que huía del general romano Escipión llevando a Magón Barca tras su derrota cerca de Sevilla, en el año 206 antes de Cristo. Y pude verlo fracasado y vencido dirigiéndose a Cádiz, donde se ocultó momentáneamente.
Y también vi pasar numerosos cargueros romanos transportando ánforas de aceite rumbo a la gran capital, y a barcos visigodos dirigiéndose al mar dispuestos a luchar contra los bizantinos que querían volver a dominar sus antiguos territorios. Y creedme, también pude observar cómo remontaban el río innumerables drakkars vikingos, los mismos que en el año 844 asaltaron la Sevilla musulmana. Y al almirante Bonifaz al mando de la escuadra cántabra dispuesto a llegar a Sevilla y romper las cadenas que impedía a los cristianos atacar la ciudad en 1248, y recuperarla así para el rey Fernando III de Castilla. Y a decenas de galeones españoles rumbo a las Indias... Y por último a las cinco naves capitaneadas por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano saliendo el 10 de agosto de 1519 en lo que fue la primera vuelta al mundo.
Y ya no pude más. Apabullado bajé a uno de los camarotes, cerré la puerta y me tumbé en la litera con la cabeza a punto de estallar. El suave vaivén del río me calmó y me sosegó, pudiendo entonces darme cuenta que la Puerta del Céfiro se había convertido en la Puerta de la Historia, y me había regalado aquellas visiones, aquellas imágenes que el río guardaba en su memoria y yo había sido afortunado al poder observarlas... Y satisfecho me quedé de nuevo dormido.

martes, 15 de abril de 2008

:::La Puerta del Céfiro ( I ):::

Siempre he creído que existen lugares especiales, enclaves geográficos que la naturaleza ha dotado de poderes únicos y que la historia ha utilizado para reunir en ellos, a lo largo del tiempo, momentos y personajes excepcionales… Y yo estuve el domingo en uno de ellos. Me gusta llamarlo La Puerta del Céfiro, el lugar por donde entra hasta mi ciudad el dios Poniente: la Desembocadura del Guadalquivir.
Como todas las mañanas de abril el día amaneció fresco, con cierta humedad que nos obligaba a utilizar alguna prenda de abrigo, pero a la vez luminoso y cálido. Por eso no perdimos tiempo y zarpamos del Puerto de Sevilla muy temprano.
Y el río nos acogió receptivo y dadivoso, habituado a las embarcaciones y a las personas, experto en llevar sobre sus aguas, siglo tras siglo, esperanzas y temores, sueños y decepciones. Y así, con el sol por babor, con la proa al sur, navegamos los amigos buscando latitudes más septentrionales durante al menos cuatro horas, hasta alcanzar el mágico lugar: el estuario del antiguo Betis.
El día había mostrado ya para entonces toda su sensual luminosidad, desparramándose un cálido sol sobre la cubierta en el esplendor de su cenit. Así que fondeamos cerca de la orilla onubense, junto a una playa de arenas blancas y pinos majestuosos que prestaban sus copas a decenas de gigantescos nidos de cigüeñas, que curiosas nos miraron desde la altura de sus hogares.
Comimos, hablamos y reímos y nos dejamos vencer por la modorra, adormilándonos cada uno donde pudo o quiso. Yo elegí la proa, apreciando desde allí la exuberante vida del río, donde cigüeñas, gaviotas, somormujos y cormoranes pululaban en chillonas algaradas sobrevolando las agitadas aguas del río, que empujadas por la marea parecían querer regresar a Sevilla. Y mirando la margen gaditana cerré los ojos arrobado por las olas de barro salobre que rompían sobre la quilla.

sábado, 12 de abril de 2008

:::La fábula del oso y la potrilla ( I ):::

El fornido oso pardo vagabundeaba por el espeso bosque de robles y castaños satisfecho y orgulloso. Se encontraba en la plenitud de su madurez, y se sentía fuerte. Y la prueba era que no le costó demasiado esfuerzo abatir al gran muflón aquella mañana. Con facilidad apartó una enorme roca con su zarpa derecha, lamiendo con su lengua las miles de hormigas que asustadas iban de aquí para allá al ver descubierto su nido. Después trotó feliz por el amplio prado que se extendía ante él, y corrió y corrió dejándose llevar por su ánimo y sus fuertes patas.
Pasadas varias horas descubrió que había salido de sus dominios, habiéndose adentrado en una espesa arboleda desconocida y densa. Al principio tuvo cierto temor, pero enseguida pensó que él era el más fuerte, y cruzó aquel lugar olisqueando los nuevos olores que llegaban hasta su hocico.
Casi atardeciendo descubrió una corriente de agua. No es que tuviera sed, pero chapotear en las frescas y cristalinas aguas siempre le había gustado. Y trotó hacia el río lleno de ilusión. Aunque detuvo súbitamente su carrera al ver a una joven potranca bebiendo en la orilla. El viento soplaba en su contra, así que cuando la pobre yegua quiso darse cuenta una fuerte garra la había tumbado, encontrándose inmovilizada bajo las zarpas del gigantesco oso pardo.
La potra apenas opuso resistencia, mirándolo orgullosa y sin miedo. Eso sorprendió al oso, que antes de clavar sus colmillos en su garganta la miró a los ojos.
—¿No sientes miedo?
—El miedo se tiene por temor al dolor. Y yo no temo al dolor.
El oso miró cómo manaba sangre de la herida causada por sus garras al derribarla, y más atónito aún le volvió a hablar:
—Voy a devorarte, y no gritas. Es extraño.
—¿Sabes?—le contestó— Soy especial. Vivo en una granja cercana, con mi amo, al que quiero locamente. Y… ¿sabes?, muchas veces me azota, me castiga, y me humilla. Pero yo lo amo, y creo que no hay otra forma de amar más entregada que la de humillarse ante tu amado…
—Eso que dices no es normal. Lo normal es ser libre, sentirse en igualdad con la naturaleza sin ser menos que nadie. Sin ser esclavo de los hombres. Como yo.
—Pero mientras siga siendo tan feliz como soy ahora, no puedo más que rogar que no se vaya de mi lado— le refutó ella.
El oso pardo no entendía nada. Él era orgulloso, jamás se había humillado ante nadie, y desde luego no le gustaba el dolor.
—Eso que dices es insólito y jamás lo entenderé… —añadió tras unos momentos en silencio—. Aunque es verdad que es la prueba más verdadera de amor que he escuchado nunca. Creo que eres especial, así que no te devoraré— añadió súbitamente. Y diciendo eso levantó su pata delantera del lomo de la yegua. Ésta se incorporó, se lamió la herida, y volvió a mirarlo. Tras unos minutos en los que se unieron por las miradas dio un ágil salto y se marchó. Subida en una loma cercana se volvió y miró de nuevo al oso pardo. Después le gritó:
—¡Algunas cosas, las cosas mágicas, están hechas para permanecer enteras¡ ¡Si uno las observa por partes desaparecen!
El oso pardo pensó que a pesar de su madurez ese día había aprendido algo nuevo. Había conocido que las formas de amar son infinitas. Y se levantó, miró al horizonte y se sintió feliz al no haber devorado a la yegua. Aunque deseó que ella también encontrara otras formas de amar.

viernes, 11 de abril de 2008

:::¡Hoy he visto el arco iris!:::

¡Hoy he visto el arco iris!
Conducía mi moto como todas las mañanas dirigiéndome al trabajo cuando comenzó a llover con furia, con ganas, con el ímpetu de los chaparrones primaverales que hacen reverdecer los desnudos árboles. Y el sol, celoso al contemplar cómo la lluvia le quitaba su protagonismo se negó a ocultarse tras los impertinentes nubarrones y siguió bañándonos con su luz... Y entonces, al volver una esquina, apareció.
Yo paré la moto y lo contemplé maravillado.
Su arco multicolor sobrevolaba el Parque de Maria Luisa con majestuosidad, pavoneándose entre los jirones de nubes que seguían cruzando el cielo empujadas por el céfiro que entraba desde el Atlántico por el valle del Guadalquivir, y que dejaban caer millones de gotas sobre Sevilla, que reflejaron los rayos del sol dispersándolos en todas direcciones… Algunos tomaron un determinado y prodigioso ángulo descomponiéndose en colores, en los seis mágicos colores que yo contemplaba extasiado.
De repente se nubló... y desapareció ante mí bruscamente, con crueldad, con insensibilidad, dejándome frustrado y solo, enojado por la brevedad de lo mágico, de lo bello... ¡Pero lo vi!

martes, 8 de abril de 2008

:::La luz del faro:::

Llueve sobre mi ciudad. Llueve en el sur. Y a pesar de la oscuridad y la falta de claridad, un faro brilla en el horizonte, una atractiva luz aparece cada mañana haciendo que los días sean felices.
Por eso, abrid la ventana a pesar de las salpicaduras y buscad el faro, buscad una ilusión, un proyecto, una persona que os ilumine o mueva, que os impulse o inspire. En definitiva, que os sirva de punto de referencia en la andadura de la vida.
E igual que el arquitecto Sóstrato de Cnido levantó un gran faro por orden de Ptolomeo II en la isla de Pharos, frente a Alejandría, en el siglo III a.C., erige el tuyo como nueva Maravilla del Mundo. Y avísame.

jueves, 3 de abril de 2008

:::El encanto de lo cotidiano:::

El pequeño terremoto que supuso mi cumpleaños ya ha pasado, recobrando la calma habitual que me permite mirar las copas de los árboles y darme cuenta de que la primavera ya ha llegado. De que ya vuelan los vencejos de nuevo entre los balcones pasando en chillonas pandillas ante mis narices cuando me asomo por las mañanas. De que ya comienza Euro (el viento de levante) a templarse, a calentar los mediodías barruntándose su próxima crueldad estival. Y de que, como siempre, el ciclo de la vida gira un cuarto de vuelta acercándonos de nuevo al sofocante verano.
Y nosotros, mientras tanto, disfrutando de los nuestros, de mis hijos, de mi mujer, de mi familia... del encanto de lo cotidiano, aunque oteando el poniente queriendo ver llegar el céfiro, el dios Ζέφυρος o Zephyros de los antiguos griegos que endulce los días.

martes, 1 de abril de 2008

::: El céfiro del oeste:::

Como el húmedo y fresco céfiro o viento de poniente llega a mi ciudad cuando el estio la abrasa, llega este blog hasta mi, moviendo con suavidad las numerosas hojas de mis anquilosadas ramas.
Jamás pensé que un diario en la red pudiera crearme tal espectativas, pero eso es lo que siento al comenzar a escribir, al lanzar mis pensamientos al ciberespacio de la web confiando que llegará, al menos, a sólo uno de los millones de internautas que con solamente un clic puedan leerlos, y por qué no, compartirlos. Cuando hoy cumplo 44 años siento que lo mejor de mi vida está por llegar...