Llevado por el suave céfiro que se colaba húmedo y salobre desde el atlántico llegó a Sevilla, al fin. Con renovadas ilusiones arribó siguiendo el amplio cauce del Guadalquivir hasta otear en el horizonte la vetusta silueta de la Sevilla intramuros, y en su centro la de su principal vigía, donde todos los años descansaba de su largo viaje antes de repartirse entre las calles de la ciudad.
Y salió del río sobrevolando la arboleda del denso Parque de María Luisa, donde a esas horas se desprendía una casi mágica neblina, las azoteas dela Universidad , antes Fábrica de Tabacos, donde trajinara alguna vez la Carmen de Merimé, y los tejados del Alcazar moro, hasta llegar al viejo caserío, donde esbeltas espadañas, torres de iglesias e infinitas azoteas lo llevaron hasta la Giralda. Allí , agarrado a los pies del Giraldillo, la veleta de bronce que fabricara el insigne Bartolomé Morell en 1566 y que remataba el antiguo alminar almohade, descansó por fin.
Enseguida comenzó a repasar que todo estuviera dispuesto. Y se fijó, con su aguda vista, en el mercadillo de Belenes de la plaza de San Francisco, en el gran árbol de Navidad instalado delante del ayuntamiento, en las luces de las calles, en los escaparates de las tiendas, en los puestos de castañas, en los turrones y mantecados de los ultramarinos, en los coros de campanilleros que ya cantaban por calles y plazoletas… Y desde luego en el interior de los hogares de los sevillanos, donde también los adornos navideños anunciaban la llegada de tan especiales fiestas.
Sonriendo se preparó para lanzarse a las calles de la ciudad cuando recordó lo que le contase su predecesor del año anterior antes de darle el relevo: “Mira en los corazones”.
Y eso hizo, teniendo que cambiar su inicial sonrisa por un rictus de preocupación al ver numerosísimos corazones angustiados, deprimidos, oscuros, todos ocultos en los pechos de jóvenes parejas que no llegaba a fin de mes a pesar de los dos sueldos, de empresarios emprendedores que habían tenido que cerrar sus negocios, de inmigrantes con sus sueños de prosperidad rotos, de ancianos que sufrían necesidad por sus exiguas pensiones, de comerciantes desesperados al ver sus tiendas vacías, de padres de familias que hacían infinitas colas en las oficinas del paro…
Entonces supo que este año tendría trabajo extra, que se tendría que esforzar de forma especial si quería realizar bien su cometido. Y apretando los puños y arrugando el ceño el Espiritu de la Navidad al fin se lanzó, decidido, a las calles de Sevilla, dispuesto a conseguir contagiarles la alegría navideña que año tras año su estirpe había traído. Que así sea.
Feliz Navidad a todos.
Y salió del río sobrevolando la arboleda del denso Parque de María Luisa, donde a esas horas se desprendía una casi mágica neblina, las azoteas de
Enseguida comenzó a repasar que todo estuviera dispuesto. Y se fijó, con su aguda vista, en el mercadillo de Belenes de la plaza de San Francisco, en el gran árbol de Navidad instalado delante del ayuntamiento, en las luces de las calles, en los escaparates de las tiendas, en los puestos de castañas, en los turrones y mantecados de los ultramarinos, en los coros de campanilleros que ya cantaban por calles y plazoletas… Y desde luego en el interior de los hogares de los sevillanos, donde también los adornos navideños anunciaban la llegada de tan especiales fiestas.
Sonriendo se preparó para lanzarse a las calles de la ciudad cuando recordó lo que le contase su predecesor del año anterior antes de darle el relevo: “Mira en los corazones”.
Y eso hizo, teniendo que cambiar su inicial sonrisa por un rictus de preocupación al ver numerosísimos corazones angustiados, deprimidos, oscuros, todos ocultos en los pechos de jóvenes parejas que no llegaba a fin de mes a pesar de los dos sueldos, de empresarios emprendedores que habían tenido que cerrar sus negocios, de inmigrantes con sus sueños de prosperidad rotos, de ancianos que sufrían necesidad por sus exiguas pensiones, de comerciantes desesperados al ver sus tiendas vacías, de padres de familias que hacían infinitas colas en las oficinas del paro…
Entonces supo que este año tendría trabajo extra, que se tendría que esforzar de forma especial si quería realizar bien su cometido. Y apretando los puños y arrugando el ceño el Espiritu de la Navidad al fin se lanzó, decidido, a las calles de Sevilla, dispuesto a conseguir contagiarles la alegría navideña que año tras año su estirpe había traído. Que así sea.
Feliz Navidad a todos.