Aquel día había batido todas sus marcas en la oficina. ¡Eran más de las once de la noche cuando por fin terminó! Ofuscado condujo su automóvil hasta el parking subterráneo cercano a su casa maldiciendo las horas extras que casi le obligaban a hacer.
Allí lo estacionó, como todos los días, dirigiéndose a la salida avanzando como un autómata por entre los coches y motos que esperaban a sus dueños aparcados en ordenadas filas.
Pensando en una reconfortante ducha empujó la puerta subiendo la escalera que llegaba a los jardines ubicados sobre el aparcamiento… cuando se percató de que la cancela estaba cerrada.
—¡Mierda! No he cogido las llaves— se dijo al mirarse los bolsillos, comenzando a descender de nuevo con la idea de salir por la rampa de acceso. Pero… la puerta de salida se había cerrado, como era lógico… y se abría con la misma llave que la cancela. ¡Estaba atrapado!
Riéndose para no llorar se sentó en los escalones, agotado, sudoroso y abatido, sintiendo que era el más estúpido de todos los seres humanos.
—Bueno, ¿saldrá alguien a estas horas? ¿Debería llamar a los bomberos? ¿A la policía? ¿Me salto la reja?— se preguntó sopesando sus posibilidades, temiéndose estar allí horas eternas como un tonto.
Hasta que al fin se decidió. Dejando su maletín en el suelo y quitándose la chaqueta y la corbata se subió al pasamano de la escalera, comprobando que desde allí arriba la reja sólo le llegaba hasta medio cuerpo. Y con cuidado y sin prisas pasó una pierna, después la otra…hasta dejarse caer.
Llegó al suelo en un instante… aunque algo no había ido bien. Tenía sangre en la mano y en el dedo.
—¡Dios mío! ¿Qué me ha ocurrido?— exclamó al fin agarrándose la mano izquierda con la derecha, viendo cómo su dedo anular estaba abierto como un libro en toda su longitud y una viscosa y caliente sangre roja le caía por la palma. ¡La reja le había desgarrado el dedo!
Aterrorizado envolvió la herida con el pañuelo y levantó la cabeza buscando ayuda, saliendo a la calzada en dirección a unos cuantos coches que en esos momentos pasaban por allí.
—¡Por favor, ayúdeme!— gritó dirigiéndose al primero. Pero el ocupante lo miró indiferente y siguió su camino, igual que el siguiente, y el siguiente, y el siguiente.
—Pero… ¡no se detiene ninguno!— se dijo horrorizado. ¡¿Cómo no se van a parar si les estoy pidiendo ayuda?!
Pero así era. Los cuatro primeros coches no se detuvieron a pesar de verlo herido… Y no lo podía entender. Hasta que tuvo que ponerse delante del siguiente, que frenó antes de atropellarlo.
Y al fin, en la mente de aquel conductor, se encendió una tenue llamita de humanidad, y bajando la ventanilla le preguntó:
—¿Lo puedo ayudar?
Entonces se retiró el pañuelo y le enseñó la herida.
—Suba— le dijo no demasiado convencido… y en pocos minutos lo llevó, me llevó, al hospital donde me suturaron la herida del dedo, aunque la del espíritu quedó abierta para siempre.
Allí lo estacionó, como todos los días, dirigiéndose a la salida avanzando como un autómata por entre los coches y motos que esperaban a sus dueños aparcados en ordenadas filas.
Pensando en una reconfortante ducha empujó la puerta subiendo la escalera que llegaba a los jardines ubicados sobre el aparcamiento… cuando se percató de que la cancela estaba cerrada.
—¡Mierda! No he cogido las llaves— se dijo al mirarse los bolsillos, comenzando a descender de nuevo con la idea de salir por la rampa de acceso. Pero… la puerta de salida se había cerrado, como era lógico… y se abría con la misma llave que la cancela. ¡Estaba atrapado!
Riéndose para no llorar se sentó en los escalones, agotado, sudoroso y abatido, sintiendo que era el más estúpido de todos los seres humanos.
—Bueno, ¿saldrá alguien a estas horas? ¿Debería llamar a los bomberos? ¿A la policía? ¿Me salto la reja?— se preguntó sopesando sus posibilidades, temiéndose estar allí horas eternas como un tonto.
Hasta que al fin se decidió. Dejando su maletín en el suelo y quitándose la chaqueta y la corbata se subió al pasamano de la escalera, comprobando que desde allí arriba la reja sólo le llegaba hasta medio cuerpo. Y con cuidado y sin prisas pasó una pierna, después la otra…hasta dejarse caer.
Llegó al suelo en un instante… aunque algo no había ido bien. Tenía sangre en la mano y en el dedo.
—¡Dios mío! ¿Qué me ha ocurrido?— exclamó al fin agarrándose la mano izquierda con la derecha, viendo cómo su dedo anular estaba abierto como un libro en toda su longitud y una viscosa y caliente sangre roja le caía por la palma. ¡La reja le había desgarrado el dedo!
Aterrorizado envolvió la herida con el pañuelo y levantó la cabeza buscando ayuda, saliendo a la calzada en dirección a unos cuantos coches que en esos momentos pasaban por allí.
—¡Por favor, ayúdeme!— gritó dirigiéndose al primero. Pero el ocupante lo miró indiferente y siguió su camino, igual que el siguiente, y el siguiente, y el siguiente.
—Pero… ¡no se detiene ninguno!— se dijo horrorizado. ¡¿Cómo no se van a parar si les estoy pidiendo ayuda?!
Pero así era. Los cuatro primeros coches no se detuvieron a pesar de verlo herido… Y no lo podía entender. Hasta que tuvo que ponerse delante del siguiente, que frenó antes de atropellarlo.
Y al fin, en la mente de aquel conductor, se encendió una tenue llamita de humanidad, y bajando la ventanilla le preguntó:
—¿Lo puedo ayudar?
Entonces se retiró el pañuelo y le enseñó la herida.
—Suba— le dijo no demasiado convencido… y en pocos minutos lo llevó, me llevó, al hospital donde me suturaron la herida del dedo, aunque la del espíritu quedó abierta para siempre.
Desde entonces la tristeza por haber comprobado cómo la raza humana se ha desvirtuado hasta tan despreciable extremo anida en mi alma, sobre todo al pensar que es muy probable que yo tampoco hubiera detenido el coche… Algo falla.
20 comentarios:
Hola
No sé si el herido de tu relato se habría parado a prestar ayuda a alguien que se la pidiera. No lo sé. Lo que sí sé con absoluita seguridad es que el que escribió la historia si habría parado, y a la primera.
Por algo en el que se identificó con Juan, el marido de Marieta., éso sin conocer cómo finalizaba la historia de una tarde de domingo.
Me dió mucho que pensar el que lo hicieras.
Seguro que eres un tipo genial.
Dale ánimos a herido y dile que no todo el mundo es tan indiferente ante el dolor ajeno.
Un biquiño J.J. desde Coruña.
Diana.
Es triste pero el la cruda realidad.
¿Sabes lo que más me preocupa?, que seguramente yo tampoco me hubiese parado.
Un abrazo y hablamos.
hola,,,
jajajajajaaj y que marca me recomiendas ese somnifero?,,,
volvere,,,
abrazos,,,
José Javier, leía tu relato y me daba la sensación que era yo el herido... y encontrándome en esa situación se me caería el alma a los pies ante tanta deshumanización... Yo al igual que tú me pregunto ¿ qué nos está pasando José Javier para que nuestra sensibilidad se haya endurecido tanto...?. Me enoja la sociedad en la que vivimos, donde importa más lo fiticio que lo auténtico...Buen post amigo para revolver conciencias. No conozco tu tierra pero me han hablado muy bien de Sevilla, espero algun día recorrer su casco antiguo para ver la mezcla de culturas que allí se existen. Un abrazo Angela
Aunque en verdad creo que la civilización corrompe a la gente, quiero pensar que si no paraban era más por miedo que por falta de solidaridad.
Salud.
Pues si, algo falla!!!!.
En esta sociedad todo falla hasta llegar a la total indiferencia..
Un besito y una estrella.
Mar
Estamos tan asustados unos de otros que hemos caido en la más completa deshumanización. Supongo que es el problema de las grandes ciudades.
Me alegro de tu vuelta, Jose Javier.
Besos.
Ultimamente falla todo ¿qué estará pasando?
Un beso y feliz comienzo de semana.
Recuerdo JJ que un día me mareé, llevaba en la sillita a uno de los enanos y el mayor iba agarrado. Me senteé en un bordillo, mi hijo naco hizo lo mismo mientras sújetábamos el carrito entre los dos... nadie se paró a preguntarme si necesitaba ayuda.
La vida misma...
Un besote
Yo no pienso que todos seamos como aquellos que no paran. Puedo decir que la gente muchas veces me ha sorprendido muy gratamente.
Besos J.J.!
Hay demasiada desconfianza instalada en las ciudades.Tenemos miedo los unos de los otros.....seguro que este episodio no sucedería en un pueblo.
Besos de vuelta y bienvenido tu tb!!
Eso sucede tanto allí como aquí, amigo.
No hay una verdadera conciencia solidaria, salvo cuando uno ha pasado por una situación similar que lo lleva a comprenderlo y a actuar de otro modo.
Triste pero real :(
Un abrazo
Algo falla si!
cuando nos creemos
tan puros,cuando
confiamos en que
antaño éramos mejores.
Algo falla,y suerte
que no somos todos
iguales ni capaces
de tales actos.
♥♥♥besos♥♥♥
Así es, algo falla.
Con lo que nos cuentas recordé una noticia de un señor que fue atropellado en una autopista de USA, cuando al fin alguien se dignó a ayudarle ya fue tarde, tal vez si lo hubieran recogido inmediatamente hoy estaría vivo. También una película que tocaba el tema de la desconfianza, hoy por hoy recelamos de todo y de todos, tienes razón, algo falla.
Besos
Qué bonita reflexión además porque le has puesto el punto de la autoreflexión. Me dejas un dulce aroma de bondad.
Un abrazo desde mi alma!
Pues yo estoy segura de que si hubiese parado, y si la herida fuese fuerte, llamaría a alguien que pudiese ayudar de mejor forma que yo, ya que ante la sangre me caigo desmayada y me tienen que atender a mi, osea que sería de poca ayuda, pero ya me encargaría de llamar al 112 o a quien fuese, de eso no tengo duda, ME DA TANTO ASCO ESTA DESHUMANIZACIÓN, con lo que yo creía en la raza humana y ahora!!!!no se hacia donde nos dirigimos, pero así llegaremos a un lugar bien feo.
Abrazotes cariñosos y mimos para esa herida.
No sabía que el herido eras tú, perdona mi despiste...al final esa sensación de impotencia y de falta de humanidad está ahí...y me entristece. Espero que no te encuentres jamás en una situación igual. Gracias por tus palabras en mi blog y que tengas una semana estupenda.Un abrazo Angela
Yo habría parado, y eso a pesar de que me considero una cobarde, pero en situaciones de impacto soy una "echá palante", y lo hago sin pensar.
Me ha gustato mucho tu entrada. Se presta a la reflexión y al análisis de qué pasa.
Un abrazo
Gracias por invitarme a leer este relato que es un triste reflejo de la realidad en la que vivimos. A diferencia de los animales del video que postee, nosotros si que vivimos en una jungla de asfalto donde falta calor humano, solidaridad y empatía.
Es triste pero cierto...Siempre que veo las noticias, los telediarios o abro el periódico termino con la misma frase con la que acaba tu historia...Algo falla.
Un abrazo
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