sábado, 27 de septiembre de 2008

::: Algo falla :::

Aquel día había batido todas sus marcas en la oficina. ¡Eran más de las once de la noche cuando por fin terminó! Ofuscado condujo su automóvil hasta el parking subterráneo cercano a su casa maldiciendo las horas extras que casi le obligaban a hacer.
Allí lo estacionó, como todos los días, dirigiéndose a la salida avanzando como un autómata por entre los coches y motos que esperaban a sus dueños aparcados en ordenadas filas.
Pensando en una reconfortante ducha empujó la puerta subiendo la escalera que llegaba a los jardines ubicados sobre el aparcamiento… cuando se percató de que la cancela estaba cerrada.
—¡Mierda! No he cogido las llaves— se dijo al mirarse los bolsillos, comenzando a descender de nuevo con la idea de salir por la rampa de acceso. Pero… la puerta de salida se había cerrado, como era lógico… y se abría con la misma llave que la cancela. ¡Estaba atrapado!
Riéndose para no llorar se sentó en los escalones, agotado, sudoroso y abatido, sintiendo que era el más estúpido de todos los seres humanos.
—Bueno, ¿saldrá alguien a estas horas? ¿Debería llamar a los bomberos? ¿A la policía? ¿Me salto la reja?— se preguntó sopesando sus posibilidades, temiéndose estar allí horas eternas como un tonto.
Hasta que al fin se decidió. Dejando su maletín en el suelo y quitándose la chaqueta y la corbata se subió al pasamano de la escalera, comprobando que desde allí arriba la reja sólo le llegaba hasta medio cuerpo. Y con cuidado y sin prisas pasó una pierna, después la otra…hasta dejarse caer.
Llegó al suelo en un instante… aunque algo no había ido bien. Tenía sangre en la mano y en el dedo.
—¡Dios mío! ¿Qué me ha ocurrido?— exclamó al fin agarrándose la mano izquierda con la derecha, viendo cómo su dedo anular estaba abierto como un libro en toda su longitud y una viscosa y caliente sangre roja le caía por la palma. ¡La reja le había desgarrado el dedo!
Aterrorizado envolvió la herida con el pañuelo y levantó la cabeza buscando ayuda, saliendo a la calzada en dirección a unos cuantos coches que en esos momentos pasaban por allí.
—¡Por favor, ayúdeme!— gritó dirigiéndose al primero. Pero el ocupante lo miró indiferente y siguió su camino, igual que el siguiente, y el siguiente, y el siguiente.
—Pero… ¡no se detiene ninguno!— se dijo horrorizado. ¡¿Cómo no se van a parar si les estoy pidiendo ayuda?!
Pero así era. Los cuatro primeros coches no se detuvieron a pesar de verlo herido… Y no lo podía entender. Hasta que tuvo que ponerse delante del siguiente, que frenó antes de atropellarlo.
Y al fin, en la mente de aquel conductor, se encendió una tenue llamita de humanidad, y bajando la ventanilla le preguntó:
—¿Lo puedo ayudar?
Entonces se retiró el pañuelo y le enseñó la herida.
—Suba— le dijo no demasiado convencido… y en pocos minutos lo llevó, me llevó, al hospital donde me suturaron la herida del dedo, aunque la del espíritu quedó abierta para siempre.
Desde entonces la tristeza por haber comprobado cómo la raza humana se ha desvirtuado hasta tan despreciable extremo anida en mi alma, sobre todo al pensar que es muy probable que yo tampoco hubiera detenido el coche… Algo falla.

sábado, 20 de septiembre de 2008

:::La vuelta al hogar (y II) :::

Y ¿Sabéis qué es lo que hice tras abrir Céfiro del oeste? Pues buscar el primer día, aquel remoto 1 de abril que cumplía 44 años. Y con cierta nostalgia lo leí, sonriendo al recordarme ese día, emocionado, escribiendo algo para alguien que nuca vería, si es que alguien lo leía alguna vez, claro.
Después abrí el siguiente post, y el siguiente, y los fui leyendo todos, uno a uno. Allí estaban “El encanto de lo cotidiano”, "Hoy he visto el arco iris”, La fábula del oso y la potrilla”, “Gracias”, "La brevedad de la belleza”… todos seguidos de vuestros comentarios.
Al principio erais pocos y desconocidos, después lentamente fuisteis siendo más, repitiéndoos en vuestras visitas, aportando vuestros pensamientos e ideas desde vuestros lejanos ordenadores... convirtiéndoos en amigos verdaderos.
Y así, semana tras semana, siguieron apareciendo nuevos post. Os acordaréis de “El regreso”, “La heteroamistad”, “Los desafíos”, “Un silbido de felicidad”, "Una fantasía sexual”, etc…
Y entonces lo vi claro. Aquello no era sólo un blog. Era algo más. Era un LIBRO.
Aquellos post que iba leyendo, seguidos de vuestros comentarios, tenían fuerza, dinamismo, personalidad… Se habían convertido, al juntarse, en un todo, en “CÉFIRO DEL OESTE”.
Así que ahora estoy confuso, desorientado. ¿Merecerían los post ser publicado en papel? ¿Hacerles una portada? ¿Editar unas decenas de libros que poder tener entre las manos, que poder regalar, que poder colocar en la biblioteca junto a nuestras novelas preferidas?

domingo, 14 de septiembre de 2008

:::La vuelta al hogar :::

La Tierra ha dado por fin el inevitable cuarto de vuelta y el viento comienza a soplar a ratos del septentrión, arrojando sobre nuestras maltrechas ciudades sureñas el aliento del otoño...
Y yo he vuelto al hogar, cerrando nuestra casa de verano de forma irremediable. El 15 de septiembre es la fecha señalada que nos obliga a volver a la morada urbana, a abandonar las cenas en el jardín bajo la dama de noche, a dejar atrás los paseos por la playa, las calurosas amanecidas, los chapuzones en la piscina y las paellas con los amigos... En definitiva a volver a la monotona y plácida rutina.
Y con ese bagaje he entrado en el piso, he descorrido las polvorientas cortinas, subido las anquilosadas persianas y ventilado los dormitorios y la salita. Y tras recorrer con cierta nostalgia el pasillo he llegado al despacho, sentándome en mi viejo y querido sillón. Y allí, sobre mi mesa de trabajo, aparecieron antiguas historias, dormidos proyectos... y mi ordenador.
Casi sin querer lo he encendido, surgiendo el familiar fondo de escritorio con la foto de mis hijos y mi mujer sonriéndome... y mis numerosos accesos directos. Poco a poco los fui repasando, uno a uno, sin prisa, hasta llegar al que aparecía más gastado, más usado que todos los demás: Céfiro del oeste.
¡Céfiro del oeste! Uff... Allí estaba esperándome, tal como lo dejé el 30 de junio, abandonado, dormido, o simplemente detenido en el tiempo, aguardando el impulso, el aliento que lo lance de nuevo al ciberespacio del la red, por donde llegue a... ¡a todos vosotros!