sábado, 7 de febrero de 2009

::: Baraka :::

En los tiempos que vivimos es difícil encontrar lugares públicos donde se hable de lo trascendente, de lo íntimo, de lo inmaterial. En estos tiempos de consumismo, ahora incluso se nos anima a aumentar el consumo para paliar la crisis desencadenada precisamente por el hiperconsumo, no deja de causar impacto encontrar un grupo de personas que se reúnan un viernes por la tarde a hablar de hacia dónde va nuestra sociedad y cómo colisionamos con lo imperecedero, con la naturaleza global y con nuestra naturaleza en particular.
Pues eso es lo que me ocurrió a mí el pasado viernes al aceptar la invitación que me hizo… ¡un político! Sí, señores, un concejal del ayuntamiento de Sevilla, que en su tiempo libre y rompiendo el rol del político de hacer todo para ganar votos, presentó en un conocido y céntrico Círculo de Sevilla la película Baraka (El último paraíso).
Baraka, barakah o بركة en árabe sufí, es una antigua palabra que puede traducirse simplemente como "bendición", "aliento" o "esencia de vida". Y eso es lo que me supuso contemplar durante casi hora y media cómo Ron Fricke, su director, capta los goces y los desastres que la naturaleza y el hombre han traído al planeta, evitando las palabras, excitando la vista, el oído y la imaginación con una sucesión trepidante de imágenes y sonidos, demostrando que la única forma de conectarse con la Tierra es la Espiritualidad y la Religión, en cualquiera de su variantes. Todo acompañado por una banda sonora épica, porque las composiciones de Michael Stearns contribuyen a aumentar la intensidad con que se perciben las imágenes de la cinta, proporcionando al espectador una experiencia casi mística.
Vean Baraka, es fácil bajarla de internet, y después lloren a piernas sueltas… sólo un rato, porque a continuación levantarán la cabeza y miraran de otra forma todo lo que nos rodea.

sábado, 24 de enero de 2009

::: Mis dos hermanos :::

Quizás haya sido el destino el que nos ha unido. Quizás solamente el haber utilizado para existir el mismo cálido y confortable útero. O quizás sólo haya sido el amor transmitido por nuestros padres durante nuestra crianza, pero al cabo de cuatro décadas mal contadas de convivencia puedo decir que son una parte importante de mi vida, y que son los dos únicos hombres, junto a nuestro padre, claro, a los que amo y con los que comparto la existencia que nos ha tocado vivir.
El uno es grande en cuerpo y grande en corazón, amante de los suyos, y los suyos, creedme, somos muchos, familiares y amigos, compañeros y vecinos. Organizador nato, nos enreda continuamente en comidas, celebraciones, viajes o simplemente “estar juntos porque sí”, queriendo, con su inagotable ímpetu, abarcarlo todo y estar con todos. Es Luismi.
Y el otro, Ángel, “Chiqui”, como ambos le llamamos por ser el más pequeño, claro, es un apasionado de nuestra ciudad y todas sus costumbres, que vive intensamente junto a sus amigos, unas veces, y junto su mujer e hijos, otras, niños a los que les inculca aquellas pasiones de sevillanía que siempre ha disfrutado.
Los tres nos hemos hecho hombres a la vez, formando nuestras familias simultáneamente, creando junto a nuestros padres y mujeres un gran grupo, catorce somos, con los que casi a diario convivimos sin poder imaginar hacerlo de otra forma.
Espero que el transcurrir de los años nos dé oportunidad de disfrutar de nuevas vivencias y ocasiones y de ver a nuestros hijos seguir nuestro ejemplo de unión.

sábado, 17 de enero de 2009

::: Un paseo por la Bética Romana :::


Abrigado más que nunca –cosas de la edad- y dejando a los pies libertad absoluta para llevarme adonde quisieran, siempre que fuera en la Sevilla intramuros, claro, paseé el otro día, muy de mañana, por el entorno de la catedral.
Cosas del frío, debió ser, o de la hora, que era muy temprano, el caso es que hubo un momento que me hallé completamente sólo en medio de la calle, pudiendo contemplar, como si de un regalo que la vieja Sevilla me hacía, una desierta y casi mágica Plaza del Triunfo. Extasiado me detuve pudiendo disfrutar de su espigado y blanco monumento a la Inmaculada a un lado, del edificio del Archivo de Indias, antes Casa-Lonja, al otro, y en el centro, dominándola desde el fondo, la fachada mora de los Reales Alcázares, el antiguo Dar al-'Imara de los almohades y la esplendorosa Puerta del León, mezcla sublime de los estilos árabe y cristiano.
Fue solamente un instante, pero fue suficiente para poderme recrear con el intenso azul purísima del cielo que nos cubría, que liberado de nubes aquella mañana, dejó asomar por encima del murallón musulmán, en mágico instante, los rayos del débil y casi pudoroso sol de enero, que bañaron mi cara casi pidiendo perdón, aunque queriendo combatir, eso sí, el intenso frío que hacía, que me castigaba con crueldad ante la osadía cometida al detenerme allí en medio profanando con mi presencia la íntima amanecida.
Sobreponiéndome a aquellos instantes de plácida contemplación me introduje en el Barrio de Santa Cruz, vacío de visitantes a esas intempestivas horas… y hermoso precisamente por eso, llegando a la Plaza de la Alianza cuando ya sacaban los veladores a la terraza del Café del mismo nombre, donde al poco servirían cafetitos y cruasanes a los privilegiados turistas que quisieran desayunar contemplando la Giralda sobresaliendo por encima del viejo caserío.
Pero yo llegué más lejos, arribando por quebradas y estrechas callejuelas al antiguo caserón del hospital-asilo de Venerables Sacerdotes, fundado por Justino de Neve allá por el año de nuestro Señor de 1675 y adquirido por la Fundación Focus-Abengoa a finales del siglo pasado. Aquel día albergaba entre sus añejos muros la exposición titulada El rescate de la Bética Romana.
Y sin pensármelo mucho entré, zambulléndome al momento entre estatuas de emperadores, frisos conmemorativos de batallas náuticas, cabezas de patricios, monedas de oro y plata, ajuares funerarios, capiteles de derruidos templos e inclusos retratos de los mecenas del siglo XIX que favorecieron con sus fortunas el rescate de aquellos trozos del pasado.
Pero sobre todo me detuve ante el colosal mármol de la Venus de Itálica, recreándome en su sensual torso y sus esbeltos muslos, queriendo imaginar qué rostro podría tener aquella materialización de la diosa del amor romana y dónde se hallaría éste. Y desde luego ante el Efebo de Antequera, bronce que representa a un joven cuerpo varonil perfecto en sus proporciones y seguramente estímulo lujurioso para sus antiguos dueños… o dueñas.
Satisfecho salí de nuevo a la calle desandando mi camino pero colmado de una mañana de sosegada quietud que había hecho más hermoso si cabe este frío mes de enero que nuestro invierno sevillano nos estaba regalando.

sábado, 10 de enero de 2009

::: El olvido :::

Planeando muy lentamente sobrevoló sobre su consciencia sonriendo con maldad. Era su tiempo. Y aunque el rechazo era siempre lo que encontraba aprovechó un instante de fragilidad, un solo momento de flaqueza y se apoderó de ella con saña y arrogancia. Su cerebro se había roto. Sólo en un pequeño punto… pero fue suficiente.

Y allí campeó henchido, poderoso, apabullando con su manto de negrura y fanatismo los recuerdos, las evocaciones, la lucidez y la razón, acarreando la perdida de todas las sinapsis que la hacían sentirse a sí misma y sentirnos a los demás… llevándola a la confusión, a la agitación y a la indiferencia.

Sin embargo la creación nos dotó con la capacidad de la regeneración, no concedió el don del restablecimiento… y pasaron las horas, los días, y el cariño, el cuidado y los mimos de sus hijas fueron arropando ese pequeño hálito de lucidez que nunca la abandonó devolviéndonosla poco a poco, procurando que el olvido, muy lentamente, fuera siendo vencido, hasta ser capaz de evocar, de reconstruir, de que su cognición apareciera a pesar de ese punto quebrado que cada vez era menor, hasta volver, hasta ser otra vez ella, la madre de mi mujer, la abuela de mis hijos, que de nuevo sonríe … gracias a Dios.

sábado, 20 de diciembre de 2008

::: Trabajo extra :::

Llevado por el suave céfiro que se colaba húmedo y salobre desde el atlántico llegó a Sevilla, al fin. Con renovadas ilusiones arribó siguiendo el amplio cauce del Guadalquivir hasta otear en el horizonte la vetusta silueta de la Sevilla intramuros, y en su centro la de su principal vigía, donde todos los años descansaba de su largo viaje antes de repartirse entre las calles de la ciudad.
Y salió del río sobrevolando la arboleda del denso Parque de María Luisa, donde a esas horas se desprendía una casi mágica neblina, las azoteas de la Universidad, antes Fábrica de Tabacos, donde trajinara alguna vez la Carmen de Merimé, y los tejados del Alcazar moro, hasta llegar al viejo caserío, donde esbeltas espadañas, torres de iglesias e infinitas azoteas lo llevaron hasta la Giralda. Allí, agarrado a los pies del Giraldillo, la veleta de bronce que fabricara el insigne Bartolomé Morell en 1566 y que remataba el antiguo alminar almohade, descansó por fin.
Enseguida comenzó a repasar que todo estuviera dispuesto. Y se fijó, con su aguda vista, en el mercadillo de Belenes de la plaza de San Francisco, en el gran árbol de Navidad instalado delante del ayuntamiento, en las luces de las calles, en los escaparates de las tiendas, en los puestos de castañas, en los turrones y mantecados de los ultramarinos, en los coros de campanilleros que ya cantaban por calles y plazoletas… Y desde luego en el interior de los hogares de los sevillanos, donde también los adornos navideños anunciaban la llegada de tan especiales fiestas.
Sonriendo se preparó para lanzarse a las calles de la ciudad cuando recordó lo que le contase su predecesor del año anterior antes de darle el relevo: “Mira en los corazones”.
Y eso hizo, teniendo que cambiar su inicial sonrisa por un rictus de preocupación al ver numerosísimos corazones angustiados, deprimidos, oscuros, todos ocultos en los pechos de jóvenes parejas que no llegaba a fin de mes a pesar de los dos sueldos, de empresarios emprendedores que habían tenido que cerrar sus negocios, de inmigrantes con sus sueños de prosperidad rotos, de ancianos que sufrían necesidad por sus exiguas pensiones, de comerciantes desesperados al ver sus tiendas vacías, de padres de familias que hacían infinitas colas en las oficinas del paro…
Entonces supo que este año tendría trabajo extra, que se tendría que esforzar de forma especial si quería realizar bien su cometido. Y apretando los puños y arrugando el ceño el Espiritu de la Navidad al fin se lanzó, decidido, a las calles de Sevilla, dispuesto a conseguir contagiarles la alegría navideña que año tras año su estirpe había traído. Que así sea.

Feliz Navidad a todos.

sábado, 6 de diciembre de 2008

::: Llanto :::

Lloré por una amiga que tenía el corazón roto, por un alma que sentía el fracaso presente después de vivir el esfuerzo más desconsolador, el que se realiza sin obtener resultados. Lloré por sus momentos de amargura, de desdicha. Lloré por su llanto, por sus lágrimas en soledad. Lloré porque su vida caminaba entre el miedo y el desamor. Porque se sentía sola entre todos nosotros. Porque no veía luz, porque no tenía un faro que la guiara y no veía el arco iris aunque lo tuviera delante.
Pero ayer me dijo: No sabía que “Céfiro” es un viento, pero ahora sé que es un aliento bueno que me da calor y luz en mi nuevo camino.
Entonces ya no lloré. Entonces supe que todo tenía un sentido. Que lo que escribí y vosotros leísteis y comentásteis, lo que se imprimió en un libro que después se distribuyó… era para que una amiga lo leyera durante una noche entre lágrimas, y para que después me dijera: Te escribo para darte las GRACIAS por todo lo que he encontrado en tus pensamientos y que han sido chispas para ver que uno puede encontrar SU CAMINO Y SU FELICIDAD.
Entonces sonreí.

sábado, 29 de noviembre de 2008

::: ¡Cada vez hace más frío!:::

—¡Frío! ¡Cada vez hace más frío!— gritó fijando la vista en el rayo de luz que entraba por la pequeña grieta.
—Me has asustado, viejo escandaloso. ¿Qué importa que haga frío?
—¿Que qué importa? ¡Dice que qué importa! Jejejeje. Pues importa porque significa que ha llegado el invierno, querido muchacho. Que una vez más ha pasado un año— añadió algo más calmado.
—¿Un año? ¿Ya hace un año que nos recogieron?
—Así es… Yo he estado pendiente, y a pesar de nuestro encierro he ido siguiendo el transcurrir del tiempo—le contestó recostándose contra la pared—. Primero hubo unas semanas de tranquilidad después de todas las fiestas de las que fuimos protagonistas y que sirvieron para que te trajeran con nosotros. Poco a poco el frío fue desapareciendo— continuó atusándose su larga y cana barba y cerrándose la vieja túnica que usaba— … notándose cómo la luz que nos entraba por la rendija duraba cada vez más, señal inequívoca de que se acercaba la primavera. Hasta que así fue, y llegaron las otras fiestas importantes de Sevilla, los días esos que en la casa aparece el olor dulzón y penetrante que a Javier tanto le gusta y llama incienso, y que anteceden a la semana que la niña se viste de flamenca y está todo el día bailando, que hasta aquí llega el compás inconfundible de las sevillanas que suenan en la radio.
—¡Cuánto sabes!
—Pero por viejo… Ya son muchos años en la casa. Y porque me gusta mirar por la rendija, hijo. Después de esos días llegaron otros —continuó mirando de nuevo al infinito mientras evocaba— …de intensa luminosidad, los días más largo del año, los que preceden al dichoso verano, cuando se queda la casa vacía semanas tras semanas.
—Esos son los días que estuviste tan melancólico y triste.
—Claro, muchacho, porque a mí me gusta escuchar a los niños jugar, a Javier hablar con su mujer, o cuando pone música, o las visitas de los abuelos, o los olores de la cocina, o los sábados por la noche cuando se quedan a dormir los primos… Y en el verano, en el verano… todos se van. ¡Por eso odio el verano!
—Pero después del verano llega el otoño— dijo alguien desde la oscuridad.
—Hola, María. Ya sé que a ti tampoco te gusta el verano y por eso la llegada del otoño te hace sonreír.
—Y el olor a tierra mojada de las primeras lluvias, y a naftalina cuando sacan los jerséis de los armarios…
—Ya lo sé, querida, y los primeros fríos, como los de hoy.
—¡Y a nosotros también!
—¡Bueno, bueno, se está revolucionando el cajón!
—Claro, José. Ocurre siempre cuando se acrecienta el frío y a ti te da por contar cómo ha pasado el año y nos haces ver a todos lo cerca que está el día de la Inmaculada, el día que Javier y su mujer bajaran el cajón y ayudados por los niños nos irán sacando uno a uno para colocarnos de nuevo en el pesebre, junto a la mula y el buey, junto al ángel, a los pastorcitos y a las ovejas… y nos cantarán los antiguos villancicos mientras los niños nos mirarán con caras de ilusión pensando que somos reales y que ellos son unos gigantes enormes…
—No te emociones esposa mía, que aún quedan unos días…
—San José, ya entiendo porque te has puesto tan contento cuando has notado que cada vez hace más frío.
—Te aseguro, querido pastorcito, que a partir de este año también tú querrás que llegue el frío y con él la Navidad.

sábado, 22 de noviembre de 2008

::: ¡Al fin! :::



Al fin hoy envío CÉFIRO DEL OESTE a los que me pedisteis un ejemplar. Al fin saldrán en dirección a Hospitalet del Llobregat (Barcelona), Sevilla, La Pobla de Vallbona (Valencia), Rubí (Barcelona), Peñíscola,(Castellón), Madrid, Avilés (Asturias), Badajoz, Guadalajara, Cádiz, Málaga e incluso Managua (Nicaragua) ese puñado de hojas impresas y encuadernadas que llamamos libro, y que recopila nuestros pensamientos e impresiones, nuestras reflexiones y preocupaciones volcadas durante tres meses en el blog, en este nuevo medio de comunicación masivo e inmediato que la tecnología a puesto a nuestro alcance.

Creo que haberlo convertido en libro ha completado el ciclo, ha posibilitado que lo efímero de cada artículo y sus comentarios, tapados por el siguiente y por el paso del tiempo, quede para la posteridad, tal como lo vivimos, entre las páginas de esta obra.

Gracias a todos los que me habéis solicitado una, y gracias, desde luego, a todos los que me leéis y me dejáis vuestro comentario.

¡Ah!, y sabed que CÉFIRO DEL OESTE, volumen II, sigue haciéndose semana tras semana


sábado, 15 de noviembre de 2008

::: Panegírico a noviembre :::

De todos los meses del año, tú eres el más entrañable, ¡oh, íntimo noviembre!, corazón del luminoso otoño sevillano. Este año nos has regalado la mañana de tu primer día cubierta por una intensa niebla, haciéndonos irreal y húmedo el ineludible paseo al cementerio de San Fernando. Y nos has regalado también los primeros fríos, obligándonos poco a poco a utilizar la ropas de abrigo, inundándose nuestros hogares del olor a naftalina que desprenden los jerseys y chaquetas recién salidos del armario.
Tus días son húmedos y cálidos a la vez, anegando nuestras calles con las olorosas humaredas blancas de las castañas asadas que por las tardes los rayos de sol de los días despejados quieren disipar reverberando en las paredes con tibieza, intentando quedarse allí pegados a pesar de que los precoces crepúsculos los releguen a las pocas horas.
El paso de tus semanas nos hace transitar entre el caluroso octubre y el invernal diciembre, sirviéndonos para disfrutar de los ocres colores de las arboledas de los parques, imaginar a don Juan Tenorio seduciendo por las antiguas calles, poder degustar los asados de venado con setas en cualquier venta de la sierra o sentir que Sevilla es algo más que las fiestas de primavera y el tórrido verano. Que Sevilla es también una misa en latín una húmeda mañana en la Capilla Real de la Catedral, un café caliente en la Plaza del Pan, un paseo lluvioso bajo el paraguas por la calle Sierpes o una tarde de compras en Alcaicería, José Gestoso o Tetuán, arropándote en tu abrigo mientras van colgando el alumbrado navideño que nos recuerda que pronto tendremos que instalar el nacimiento en nuestros hogares allá por el día de la Inmaculada.
Vuelve pronto, ¡oh, íntimo noviembre!, haciéndonos sentir de nuevo tu acogedor y plácido pasar de la vida.

sábado, 8 de noviembre de 2008

::: Los tiempos cambian :::

Juan por fin pudo llegar a Sevilla. Ya hacía más de treinta años que no pisaba sus calles a pesar de que desde su partida inicial había vuelto regularmente. Así que se aposentó en una esquina del barrio de la Macarena, arrabal ubicado muy cerca de donde venía, y contempló pasar a la gente, sobre todo a las mujeres, su obsesión desde siempre.
Y lo que vio no le gustó, porque las notó más calladas, con más prisas, más serias y reservadas. Incluso vio pasar a algunas con auriculares en los oídos, como si quisieran evadirse de lo que le rodeaba escuchando alguna canción estridente.
Dando un suspiro con cierta tristeza decidió que era el momento de comenzar, seleccionando una treintañera morena que vio llegar en esos momentos. La chica tomó un taxi delante de él y ni corto ni perezoso subió por la otra portezuela sentándose a su lado. Utilizando su encantadora sonrisa, la que enamorara a tantas damiselas en sus tiempos, le preguntó su nombre.
—María— le contestó ella sin soltar un teléfono pequeño por el que hablaba, y sin extrañarse lo más mínimo.
Entonces le cogió la mano, truco que no solía fallarle, y le recitó una poesía de amor. Ella colgó el teléfono y con cara de desinterés le contestó de nuevo:
—Aunque no me acuesto con nadie desde hace años y tu método no deja de ser original, me esperan en la oficina, y después de comer cojo el Ave a Madrid, donde me reúno con el comité ejecutivo de mi empresa… No tengo tiempo para estas cosas. Lo siento, guapetón.
Frustrado de bajó del taxi en el siguiente semáforo, ya en la Alameda de Hércules, buscando con la mirada la próxima víctima, una femenina señorita que paseaba su perro por el bello paseo arbolado.
—Ésta no parece tener prisa— se dijo mientras se acicalaba el bigote y se le acercaba dispuesto.
—¡Qué día más bonito para el amor!, ¿verdad?— le señaló sonriendo al tiempo que otra mujer, que caminaba a su lado, se le quedó mirando con cara de espanto. Y cual no sería su sorpresa cuando zampó un beso en la boca a la chica del perrito. Después lo miró y le dijo:
—Es mi pareja, desgraciado.
El pobre Juan se quedó de piedra viendo cómo se alejaban cogidas de la mano.
No queriendo darse por vencido buscó de nuevo entre la gente que pasaba por allí, viendo llegar a la que le pareció una vulgar ama de casa tirando de su carrito de la compra.—Con esta no fallaré— se volvió a decir entre dientes.
— ¿La puedo ayudar?—le preguntó con galantería.
Ella lo miró sorprendida, aunque enseguida le sonrió con cierta tristeza contestándole resignada:
—¿Puede llevar la compra a casa, recoger a mis hijos del cole, encargar el disfraz de la niña para la fiesta de Hallowen, hacer la comida del mediodía, llevar los niños por la tarde al pediatra, ir a la reunión de vecinos de la comunidad… y de camino explicarle a mi marido por qué me duele la cabeza por las noches?
Apabullado se sentó en un banco bajo un majestuoso álamo no sabiendo muy bien qué estaba ocurriendo. Entonces se acomodó a su lado una señora algo madurita, con cierto atractivo y muy arreglada, que le sonrió descaradamente.
—Te invito a un café, moreno.
Juan volvió a quedarse estupefacto. ¡Estaba ligando con él! ¿Cómo era eso posible?
—No, gracias— le contestó herido en su orgullo varonil, levantándose con rapidez.
Y cabizbajo y derrotado Juan Tenorio, el mítico don Juan, regresó al cementerio de San Fernando lamentándose de la muerte de la Seducción a manos de la modernidad.