viernes, 18 de abril de 2008

:::La Puerta del Céfiro ( y II ):::

Debería llevar durmiendo un buen rato cuando desperté estremecido por un penetrante y húmedo frío. Con esfuerzo recordé dónde me hallaba, mirando a mí alrededor algo desorientado al encontrarme rodeado de una intensa neblina que sólo me permitía ver el río, casi hasta la otra orilla, pero no a mi alrededor. Mis amigos dormían, así que esperé a ver si levantaba la inesperada bruma sentado en la proa, intentando oír los ruidos de la corriente.
Y no me creeréis cuando os diga que bruscamente escuché crujir los maderámenes de un extraño barco, que en poco tiempo se dejó ver ante mí. Subía el río tripulado por insólitos marineros que usaban largas barbas y vestían túnicas abrochadas al hombro. Uno de ellos, el que parecía dirigirlos, me miró sin extrañeza, incluso sonrió levemente. Entonces supe que se trataba de Kolaios, el navegante de la isla griega de Samos que empujado por una tormenta arribó al estuario del Guadalquivir en el año 630 antes de Cristo.
Asustado intenté despertar a mis amigos, aunque ninguno abandonó su letargo. Así que volví a la proa al tiempo de ver cómo Kolaios me saludaba alzando la mano derecha. Probablemente ignoraba en esos momentos que sería el primer griego en visitar Tartessos, el país que encontraría río arriba y que lo haría famoso a su vuelta a la Hélade.
Tras unos raros momentos en los que quise razonar lo que estaba ocurriendo volví a oír ruidos en el cauce, esta vez de remos bogando con fuerza. Se trataba del trirreme cartaginés que huía del general romano Escipión llevando a Magón Barca tras su derrota cerca de Sevilla, en el año 206 antes de Cristo. Y pude verlo fracasado y vencido dirigiéndose a Cádiz, donde se ocultó momentáneamente.
Y también vi pasar numerosos cargueros romanos transportando ánforas de aceite rumbo a la gran capital, y a barcos visigodos dirigiéndose al mar dispuestos a luchar contra los bizantinos que querían volver a dominar sus antiguos territorios. Y creedme, también pude observar cómo remontaban el río innumerables drakkars vikingos, los mismos que en el año 844 asaltaron la Sevilla musulmana. Y al almirante Bonifaz al mando de la escuadra cántabra dispuesto a llegar a Sevilla y romper las cadenas que impedía a los cristianos atacar la ciudad en 1248, y recuperarla así para el rey Fernando III de Castilla. Y a decenas de galeones españoles rumbo a las Indias... Y por último a las cinco naves capitaneadas por Fernando de Magallanes y Juan Sebastián Elcano saliendo el 10 de agosto de 1519 en lo que fue la primera vuelta al mundo.
Y ya no pude más. Apabullado bajé a uno de los camarotes, cerré la puerta y me tumbé en la litera con la cabeza a punto de estallar. El suave vaivén del río me calmó y me sosegó, pudiendo entonces darme cuenta que la Puerta del Céfiro se había convertido en la Puerta de la Historia, y me había regalado aquellas visiones, aquellas imágenes que el río guardaba en su memoria y yo había sido afortunado al poder observarlas... Y satisfecho me quedé de nuevo dormido.

2 comentarios:

Cristina dijo...

Un saludo muy muy fuerte, feliz fin de semana!

.zan. dijo...

Que suerte poder ver tantas cosas sin moverte de lugar en el que te encuentras....

Si mi profesora de historia en el instituto hubiera contado las cosas como tú, seguramente no habría acabado rodeada de integrales y números en la universidad... Bueno, miento, creo que en esto no tengo arreglo jejeje.

Gracias por mostrarnos las cosas como tú las ves, Céfiro.

¡Saludos!

Zan